Mundos
Estaba en la fila tratando de sumergirme más en el mundo de cerezos y acacias descritos tan pulcramente por Kawabata, pero unas voces que venían de mi lado izquierdo me abdujeron de Japón. Sin quitar la vista del libro ni de algunas letras, puse atención. Era un hombre de aspecto áspero y dos mujeres, no puse atención en ellas. Reclamaban porque una cajera estaba conversando –no sé bien si con otro cajero o un inspector, estaba de espalda a las cajas- hacían exclamaciones como “puta que lo estay pasando bien”, “si querí te demorai ma’, si tenemo to’a la tarde…”, esto es lo que recuerdo.
El paisaje de bellos bosques junto con tres pinos en medio, un viaje en tren que no soy pasajera, pero que sí me siento como tal. Sigo leyendo, sigo viviendo en otro mundo entre imágenes en color, a veces se tornan grises de vez en cuando, y hasta como sepia pasan. Leo lo más rápido, enanchando lo más que pueda mi rango visual como devorando el libro, bien lo digo porque mi cabeza estaba a centímetros del libro. Otra vez algo me absorbe desde afuera. Justo en la parte en donde la fila da la vuelta miro sin detalle como imagen borrosa a dos hombres, y con mi libro a la altura de mi pecho quedé pasmada por lo que estaba sintiendo en ese instante. No me había equivocado, eran dos hombres, me dio la impresión que eran desconocidos ya que el que se encontraba más cerca de mí tomó distancia del otro mientras éste le pronunciaba algo. Lo más increíble fue mi visión, era como estar viéndolos en la tele, sí tal cual, hasta el marco de la tele podía dibujar con líneas difusas. Y más allá de tal marco, era la sensación que tenía de estar fuera de ése lugar, flotando en alguna parte, pero estando ahí. Suena raro, y tal vez no se entienda, pero es lo más próximo a lo sentido y vivido.
La fila avanzó y yo junto con ella, ni cuenta me di. Estaba en Japón, junto a supuestas calles y a caras de personas reales e irreales. En lapsus, doblo mi cabeza mirando a mi derecha, y una enorme persiana me hace levantar mi cabeza y aun absorta en el libro observo nuevamente. Era una enorme persiana que en su mejor tiempo era celeste, ahora era casi blanca. Desde donde yo estaba me pareció que una pared de castillo, me sentí pequeñita – más de lo que soy- ¡era colosal ésa persiana!. Nuevamente no pude dejar de sentir la sensación de estar presente sólo como un espectador en aquél ambiente de banco.
Gracias! – le dije a la cajera- y con mi mochila media abierta, ladeada a punto de caer, me dirigí a un mesón para ordenar las cosas. Volteé nuevamente, esta vez a mi izquierda, para convencerme del porte de aquélla persiana. Y otra vez estaba la sensación, otra vez estaba las dimensiones. En una de ellas la escena del banco, tres filas, aquélla de los no titulares más atochada. El color celeste de las paredes del banco junto con aquélla persiana que dejaba entrar la luz a regañadientes, que de vez en cuando me dificultaba la visión. Me subrayó más la sensación de estar yo en la otra dimensión como espectador de aquél espectáculo.
En la calle buscando sombra y jugando a no chocar la gente, vino a mi mente lo que me pasó en el banco. Harto raro eso de estar por un lado viviendo el mundo descrito en un libro, en un país a miles de millas de aquí, con una forma irreal sólo con los retazos del libro, arriesgando su realidad. Y en segundos y de forma paralela estar presente en un lugar, pero con la presencia en sí misma, en otro lado “de espectador”. Mi reflexión de esto tuvo el desenlace en la afirmación “he estado en varios mundo hoy en la mañana”.